A travΘs de la historia, ha subsistido la creencia entre las personas de que los tiburones eran criaturas sobre las que no se podφa ejercer control. Numerosas sociedades primitivas asociaban a los tiburones con creencias simb≤licas o religiosas y representaban la importancia que les concedφan en la mitologφa, tradici≤n, arte y literatura.
Hist≤ricamente, era prßctica com·n para las personas conceder significaci≤n sobrenatural o mitol≤gica a criaturas y eventos que temφan o que no comprendφan. El misterioso tibur≤n, dotado de increφble poder y un comportamiento impredecible, era considerado como una criatura sobre la que el ser humano carecφa por completo de control. Asφ, numerosas sociedades primitivas consideraban al tibur≤n en tΘrminos simb≤licos o religiosos y representaban la importancia que le concedφan en la mitologφa, tradici≤n, arte y literatura .
Algunos habitantes de las islas del Pacφfico, por ejemplo, adoraban a los dioses que les pudieran ofrecer su protecci≤n. Los aborφgenes australianos cuentan la leyenda de un hombre delfφn que, hace mucho tiempo, fue atacado por un tibur≤n tigre en aguas cercanas. Dicen que, hasta hoy, la sangre del hombre delfφn se puede ver cual mancha roja en las rocas de la isla de Chasm. Lejos de allφ, en Polinesia , del dios tibur≤n Kauhuhu se dice que consumφa a toda persona que osaba penetrar en su gran caverna.
En otras sociedades, el tibur≤n era respetado, cuando no adorado. Los aborφgenes australianos, por ejemplo, apreciaban al tibur≤n por su valor econ≤mico, ya que consideraban su aceite de hφgado una valiosa mercancφa.
Para los navegantes no representaba nada divino ni valioso, sino un posible obstßculo para una travesφa segura. Muchas son las leyendas que se cuentan cuyos protagonistas son peces monstruosos con un insaciable apetito de carne humana.
Incluso durante La Ilustraci≤n en el siglo XVIII o Siglo de las Luces, en el que las leyes de la ciencia prevalecφan sobre las fuerzas sobrenaturales como causa de objetos y eventos, el tibur≤n no perdi≤ su significaci≤n mßgica para muchos. A·n en las primeras dΘcadas de nuestro siglo, los constructores de barcos los untaban con aceite de pez martillo para atraer los buenos vientos y asegurar una travesφa de Θxito. Llegando hasta nuestros dφas, los buscadores de perlas de Sri Lanka, en el ocΘano ═ndico, confφan plenamente en los brujos encantadores de tibur≤n, que emplean su
