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El Depredador CAP═TULO VIII El ojo crφtico menos cualificado de la ciudad ![]() |
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Madrid, 24 de diciembre del 96. Una vez puesta la pertinente denuncia contra aquella rapaz que la semana pasada me birl≤ parte de mis preciadas joyas, me encaminΘ a la oficina con el firme prop≤sito de que este peque±o incidente no trascendiese y no me influyese lo mßs mφnimo. A decir verdad, no creo que nunca llegase a pensar que tendrφamos alg·n futuro, es mßs, me la habφa tomado como algo interesante pero realmente pasajero, sin demasiada trascendencia. Ahora bien, he de reconocer que ha sido uno de los cachorros mßs apetecibles que han pasado por mi dilatada experiencia con el sexo dΘbil. Llegado a la oficina mi secretaria me pas≤ el orden del dφa, en el que resaltaba sobre todo una cenita que tendrφa lugar en la casa de mi jefe esa misma noche, por lo que, ni corto ni perezoso, me encaminΘ a hacerle una visita de rigor y desearle de coraz≤n todo lo mejor para el a±o venidero.
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Mi secretaria:
Le informo del orden del dφa, se±or Serrano: A las 9,45 tiene un desayuno de trabajo con la junta directiva. A las 11,30 recibirß la llamada del grupo Intercisk, para tratar el asunto de las primas por bonificaciones. A las 13,00 le recuerdo que ha quedado con su padre para comer...
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Al llegar me sorprendi≤ mucho el gran parecido que la secretaria guardaba con su mujer. Era alta, rubia, de muy buen ver. Las espalda firme y estilizada, las piernas crecientes hasta el borde de la falda, muy ajustada e impactante, por cierto, que dejaba una sensaci≤n como de "vaya lo que tiene que haber por ahφ arriba".
Sus facciones eran realmente bonitas, de las que a mφ me gustan. La verdad es que, aun teniendo un bomb≤n como la mφa, en ese momento pensΘ para mis adentros: "esto si que es una secretaria, si la tuviese a mis ≤rdenes le darφa casi todo lo que me pidiera por conseguir sus favores". Cuando me vi≤ se qued≤ un tanto sorprendida. Fue como si hubiese visto una visi≤n. La notΘ nerviosa y preocupada, casi dirφa que hasta desconcertada, por lo que decidφ acercarme y abrazarla ante el temor de que se desmayara de repente. No es fßcil explicar la sensaci≤n que tuve en el cuerpo cuando mis brazos la rodearon. Me dio incluso vergⁿenza ya que yo mismo estaba notando la presi≤n que mis partes estaban ejerciendo sobre las suyas yàJoder quΘ marr≤n, en ese preciso instante se abri≤ la puerta y apareci≤ Don Luis. La situaci≤n fue de las mßs raras y extra±as que he pasado en toda mi vida. Allφ estßbamos los tres, mirßndonos y esperando que alguien rompiese el hielo. Tuve que ser yo; claro. Metiendo mi mano derecha en el bolsillo para intentar disimular la explosi≤n de deseo por la que estaba pasando intentΘ, gesticulando y apoyando mis explicaciones con rotundos movimientos de mi brazo izquierdo, dar una coherente versi≤n de los hechos, intentando solventar la papeleta de la forma mßs digna posible. Cuando salφ de allφ no me encontraba nada bien. Por un lado estaba hipernervioso, pensando en que lo mßs posible era que Don Luis se hubiese fijado perfectamente en el apasionamiento de nuestro abrazo, por lo que probablemente tendrφa problemas a la hora de continuar en la empresa. Pero por otro lado mi cuerpo continuaba excitadφsimo, como jamßs antes lo habφa estado.
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Don luis:
No me lo puedo creer, Raquel. Te estabas liando con ese cabronazo. Este tio tiene la sartΘn por el mango y lo sabe. No sΘ hasta donde estß dispuesto a llegar pero lo cierto es que me espero lo peor. No s≤lo te voy a perder a tφ, sino que siento que ocurrirß algo con mi mujer. Veo en sus ojos ese instinto asesino de los que no paran hasta conseguir lo que desean, y yo tengo bien claro lo que desea: la presidencia de Natis...
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Al llegar a mi despacho no tuve mßs remedio que bajarme los pantalones y comenzar a masturbarme disfrutando como un enano cuando; ívaya con el dφa que estaba teniendo!, entr≤ mi secretaria y me hizo una pillada de esas que hacen Θpoca. No sΘ que decir ni como escribirlo. La verdad es que fueron unos cinco o seis segundos que duraron toda una eternidad. Jamßs me habφa sentido asφ. Yo con los pantalones bajados hasta la rodilla y con mi mano derecha empu±ando el aparato y ella, mi dulce y fiel secretaria, traspuesta, como si no creyese lo que estaba viendo. Cuando dio media vuelta y dijo que lo mejor serφa que se marchase le dije algo que me sali≤ del alma: "no es lo que parece, como comprenderß de vez en cuando tengo la necesidad de rascarme donde me pica, y siempre habφa pensado que mi propio despacho serφa como mi propia habitaci≤n. Pero no, ya veo que no. Mi despacho no es privado, sino p·blico, y hasta tendrφa que pedir permiso para pasar todas las ma±anas. Se±orita Gloria, no quiero que este incidente trascienda mßs allß de estos cuatro muros y, por su bien, espero que sea la ·ltima vez que se permite el lujo de pasar a un despacho sin antes pedir permiso".
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Mi secretaria:
Por supuesto se±or. Esta ha sido la ·ltima vez que paso sin pedir permiso....
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