NOVENO MES La proximidad del parto tiene a la futura mamá enteramente focalizada en el nacimiento; los síntomas generales descritos para los meses anteriores no presentan cambios significativos. El útero que ha adquirido su tamaño definitivo, comprime hacia adelante la vejiga y la madre presenta necesidad frecuente de orinar. Los días previos al nacimiento puede perderse el tapón mucoso, lo que anuncia que el cuello uterino se ha modificado, acortándose y dilatándose levemente. En un momento determinado las contracciones uterinas cambian, de ser irregulares, poco intensas e indoloras, a ser regulares, intensas y dolorosas. Este momento representa el inicio del trabajo de parto, tras lo cual se está a sólo pocas horas del nacimiento. Otras veces la antesala del nacimiento viene anunciada por la ruptura de la bolsa de agua, esto es, de la bolsa que contiene el líquido amniótico en el que está inmerso el feto. Ello se manifiesta por la pérdida de líquido amniótico a través de la vagina, sin que la madre pueda retener esta descarga, a diferencia de lo que ocurre con la orina. La ruptura prematura de las membranas debe ser comunicada a un profesional a la brevedad. De igual forma, el sangramiento genital es siempre un motivo de preocupación, por lo que si éste se presenta, la madre debe acudir de urgencia a un centro asistencial. Los movimientos fetales son percibidos por la madre hasta el final del embarazo; la disminución o ausencia de actividad fetal es un signo de alarma por el cual debe consultar al médico con urgencia. Una vez ocurrido el parto, los cambios anatómicos y funcionales que la madre experimentó desaparecerán. La lactancia natural será ahora el nexo físico que mantendrá a la madre estrechamente unida a su hijo. El tiempo de recuperación de los ciclos menstruales, así como el retorno de la capacidad fértil, varía de mujer en mujer. Se ha comprobado que estos procesos guardan directa relación con la efectividad de la lactancia y se relacionan estrechamente con el estado general de salud de la mujer.