No existe región que se libre de los efectos del calentamiento de la atmósfera. Ya se están derritiendo glaciares en regiones tan alejadas como Suiza y Nueva Zelanda, lo cual provoca aludes, erosión de suelos y grandes cambios en el cauce de los ríos. Las nieves retroceden en las grandes cordilleras, como las de los Alpes y los Andes, y al avanzar el deshielo aumenta el riesgo de inundaciones graves
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Al mismo tiempo, en los mares y océanos aumenta la temperatura de las aguas, causando la muerte de corales y poniendo en peligro la vida de muchas criaturas marinas. El agua cálida ocupa más espacio que el agua fría; por lo tanto, con el aumento paulatino de la temperatura de los océanos, éstos también se expanden, amenazando con inundar muchas regiones del mundo, como el delta del Mekong, unas 300 islas del Pacífico y humedales en lugares tan dispares como Argentina y Bangladesh, Nigeria y los Estados Unidos.
Algunos científicos estiman que el 70 por ciento de las costas arenosas del mundo ya están erosionadas. Una subida del nivel
del mar causará graves estragos, malogrando el suministro de alimentos en algunas regiones; es imposible cultivar trigo o raíces comestibles en terrenos saturados de agua. Todos los terrenos, ya sean maizales o manglares, deberán adaptarse a las nuevas condiciones climáticas.
Ya sabemos que en ciertos casos las condiciones meteorológicas imprevistas hacen disminuir la población de numerosas especies. Hoy en día, el peligro radica en que si prevalecen o se deterioran irremediablemente estas condiciones, muchas plantas y animales no se recuperarán y, a su vez, su desaparición acarreará grandes cambios en el equilibrio de importantes ecosistemas en todas partes del mundo. Entre las situaciones extremas están incluidas, por una parte, peligrosos huracanes, tempestades e inundaciones y, por otra, graves sequías. Por citar sólo un ejemplo, en muchos casos la recuperación natural tras el paso de un huracán suele prolongarse; pasan siglos antes de que algunos hábitats se recuperen del todo.