Como los hombres se dieron cuenta de que, aunque rezasen a los dioses, a menudo sus peticiones no eran concedidas, imaginaron que también el más poderoso de los dioses, Zeus, tenía que someterse a las reglas del Hado. Esta entidad no estaba considerada como un dios personificado, sino que se encontraba por encima de todos y sus reglas no se podían contrastar; cada hombre tiene su destino (hado) que no puede ser cambiado.