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Pistas y Soluciones


Artículo realizado por
Miguel Angel Fernández "Raistlin"






Solución de Tomb Raider II.
Capítulo 1. La Gran Muralla.

Mi misión comenzaba, como es lógico, en China, al pie de la Gran Muralla. Según la leyenda, allí fue donde los monjes la guardaron para que nunca fuera descubierta de nuevo ni usado su poder mágico para algún fin perverso. La última parte del viaje fue en helicóptero y, dado que no era posible aterrizar en aquella escarpada orografía tuve que descolgarme mediante una cuerda hasta tierra firme. Entré por una cavidad en las rocas y, casi sin querer, me fui deslizando cuesta abajo por la tremenda pendiente hasta un valle al pie de la Gran Muralla. Para llegar hasta ella tenía ante mí unos peligrosos riscos que debería salvar. La escalada prometía ser bastante difícil por lo que el tigre al que me tuve que enfrentar nada más empezar no hacía sino complicarme las cosas. Tuve suerte de poder escalar una roca, junto a un pequeño lago, justo a tiempo para escapar de sus garras y acabar con él sin peligro con el fuego de mis queridas pistolas, de las que nunca me separo en este tipo de aventuras.

Desde esta roca seguí trepando por una cornisa y, después de saltar a una pequeña plataforma natural, otro tigre apareció al fondo del valle. Desde mi posición privilegiada fue sencillo eliminarlo. Entonces, por pura casualidad, giré mi cabeza hacia la derecha y contemplé, en otra plataforma adyacente, lo que parecía una estatuilla de color gris. Mi curiosidad se impuso y tras un nuevo salto me hice con ella. Era una hermosa escultura de piedra con forma de dragón, de gran valor como objeto de coleccionista. A lo largo de mi aventura encontraría muchas más como esta esculpidas en diversos materiales como oro y jade que, sin embargo, nada tenían que ver con el motivo principal de mi viaje.


Orificio en la pared de roca, por el
que me introduje

Desde el punto en que recogí la estatuilla, al girarme, pude observar un orificio en la pared de roca por el que, tras un par de saltos y algo más de escalada, me introduje en lo que parecía un puesto de vigilancia de la muralla. Me lancé al agua atravesando una reja, la cual parecía ser la única salida, llegando a una habitación con una escalera. Al final de esta escalera —tras otro pequeño salto—, una palanca me permitió abrir la puerta que me bloqueaba el paso hacia la parte superior de la Gran Muralla.

Nada más atravesar la puerta, una bandada de enormes cuervos me atacó con violencia, obligándome a hacer uso de mis armas de nuevo. Siempre me he preguntado por qué causo tan mal efecto a todo tipo de animales, incluso a los aparentemente más inofensivos, pero es algo que he de asumir como inherente a mi persona. ¿O será el desodorante? Tras acabar con ellos me dirigí a la siguiente torre de vigilancia de la muralla pero, para mi desgracia, se hallaba bien cerrada con llave. Tuve que volver sobre mis pasos y, mientras exploraba una rotura en el lateral de la muralla, resbalé, cayendo hacia lo que temí sería una muerte segura. Afortunadamente todo quedó en un gran susto y una buena zambullida en el estrecho y profundo lago que me esperaba más abajo y en el cual —en una pequeña cavidad lateral— encontré una llave que resultó ser la que andaba buscando. No acabó ahí la cosa ya que, cuando salía del agua, otro tigre se abalanzó sobre mí. Con mi natural habilidad, lo despaché sin sufrir más herida que algún leve arañazo.

Ayudándome de un pequeño promontorio volví a la parte superior de la muralla y abrí la puerta con la llave. Al entrar me recibió una comitiva de… ¡argh! Odio las arañas, solo de recordarlo se me ponen los pelos de punta. Escalando hasta la parte superior —donde había otra araña— obtuve una nueva llave que me abrió la siguiente puerta. Me esperaban más de esos repulsivos bichejos y los restos de un pobre desgraciado que no tuvo suerte en su empresa, aunque algunas de sus pertenencias me resultaron muy útiles. Tengo adquirida la costumbre de robar las pertenencias de los muertos, se que no es muy ético pero, a veces, resulta sumamente útil. Tras quitar de en medio un gran bloque de piedra pude continuar mi camino hasta una piscina de aspecto inofensivo que, observada con más atención, me reveló unas hendiduras de donde salían unos peligrosos discos cortantes. Opté por agarrarme a la cornisa de la pared izquierda y, de esta forma, llegar al otro lado sin peligro.

El corredor que se extendía ante mí tenía un suelo de apariencia poco estable así que lo crucé a la carrera —lo cual fue muy buena idea, ya que bajo el suelo, que se desplomaba a mi paso, había unos pinchos capaces de acabar con cualquiera—. Finalizado el pasillo salí a una cueva y me pareció oír un temblor extraño. Cuando vi las enormes rocas rodantes que venían a mi encuentro salí a toda velocidad hacia la derecha, huyendo de ellas. Aún después tuve que saltar para evitar unos pinchos, aterrizando en una sala con un par de cadáveres y dos paredes móviles con más pinchos que no invitaban precisamente a quedarse un rato curioseando, aunque tuve el tiempo justo para recoger la munición de uno de los difuntos antes de izarme hacia la salvación. De correr iba la cosa, ya que el siguiente pasillo tuve que cruzarlo a buen ritmo y saltando sobre unas cuchillas de aspecto nada tranquilizador. Aún más paredes móviles me aguardaban y, casi sin tiempo para recoger un dragón de jade seguí corriendo por el pasillo hasta caer en una sala con una trampilla por la que pude eludir finalmente el peligro. Necesité unos minutos para recuperarme de la carrera antes de continuar mi periplo.

Me encontraba en una caverna donde, tras evitar un par de ruedas cortantes y liquidar un montón de arañas observé un cable que cruzaba el enorme abismo que me impedía continuar. Un examen más exhaustivo de la pared de roca me llevó a identificar una diminuta plataforma hasta la que pude descolgarme hasta alcanzar una fisura que daba acceso a una cueva con una larguísima y oscura escalera que descendía hasta el fondo, donde me esperaban grandes problemas —en forma de tiranosaurios rex— y otra estatuilla dragón, esta vez de oro macizo. El mordisco de una de aquellas enormes fauces repletas de dientes hubiera significado mi muerte inmediata pero mi pequeño tamaño, en comparación con aquellas bestias, me daba una ventaja en movilidad que aproveché convenientemente. Además no era la primera vez que me enfrentaba con bestias semejantes, ya que en mi aventura en pos del Scion también tuve oportunidad de habérmelas con alguno de su especie, saliendo bien librada del encuentro. De vuelta a la zona superior me agarré fuertemente al cable y me deslicé hasta el otro extremo del abismo, donde un par de tigres amenizaron mi aterrizaje.


Ante las puertas que guardaban
la daga de Xian

¡Por fin! Había llegado hasta las puertas que guardaban en su interior la daga de Xian. Pero cuando me acerqué a ellas una figura vestida de negro se abalanzó sobre mí, disparándome. Tuve suerte al ser capaz de controlar la situación, aunque no fue mucha la información que pude sacar de aquel hombre antes de que se suicidara tomando un potente veneno. Lo único que averigüé fue que las puertas sólo se abrirían en el momento adecuado y para la persona adecuada y que debía ofrecer mi lealtad a un tal Marco Bartoli si quería merecer el poder de la daga. Mediante un ordenador portátil que este hombre dejó abandonado descubrí que los seguidores de ese Bartoli se escondían en Venecia por lo que, si quería seguir adelante con mi misión, tendría que desplazarme hasta el país transalpino.


¿Algún otro capítulo de la primera parte?

  1. La Gran Muralla
  2. Venecia
  3. El Escondite de Bartoli
  4. La Casa de la Ópera
  5. El Complejo Mar Adentro
  6. Área de Buceo
  7. 40 Brazas
  8. Naufragio del María Doria





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