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Artículo realizado por
Miguel Angel Fernández "Raistlin"
Solución de Tomb Raider II.
Capítulo 2. Venecia.
Siguiendo la pista de Bartoli llegué a la ciudad de Venecia, donde mi intención no era precisamente ofrecerle mi lealtad a semejante individuo sino, quizás, un poco de plomo para ayudar a sus seguidores a recordar algunas cosas que necesitaba averiguar sobre la daga. No sabía muy bien por donde empezar mi investigación. Curioseando por la ciudad acabé en un estrecho callejón donde identifiqué pintarrajeado en la pared el símbolo del dragón. Por fin parecía estar en el camino correcto de nuevo.
Lo primero que me encontré al salir del callejón fue el ataque furibundo de un enorme doberman y, tras acabar con el perro, un tipo nada amistoso empezó a dispararme desde un balcón. Esto me reafirmó que estaba siguiendo la pista correcta. Poco más adelante me salieron al paso otro perro y su dueño, un tío bastante feo y muy fuerte con un bate de béisbol al que decidí que le sentarían bien un par de cartuchos de escopeta en el plexo solar. Tras tomar prestadas sus pertenencias me acerqué hasta el canal y me di un remojón para atravesar buceando por debajo de un gran portón de madera. Tras él encontré una lancha fuera borda y un interruptor que no dejé de pulsar —soy una curiosa compulsiva—. La puerta tenía cerradura y, puesto que no tenía la llave en mi poder, lo dejé para mejor ocasión y salí buceando de nuevo hasta el garito del tipo al que me acababa de cargar. Allí escalé por un par de trampillas —ambas accionadas por interruptores— hasta el techo, desde donde se podía contemplar una hermosa vista de la ciudad, pero no había venido a hacer turismo así que, de un disparo, abrí la ventana que tenía más a mano y entré en la casa. Cruzando por la otra ventana accedí de un par de saltos al balcón donde descansaba el primer miembro del comité de bienvenida, el cual tenía una llave que más tarde usé para abrir la puerta del embarcadero donde estaba la lancha.

Balcón donde descansaba el primer miembro del comité de bienvenida |
Volviendo al interior de la casa me encontré otro simpático perrito al que no tuve más remedio que dar un poco de jarabe de plomo. Al final de una hermosa galería, que cruzaba el canal de lado a lado, pulsé otro interruptor y, para llegar a la puerta que se abrió, solo tuve que salir de nuevo por la única ventana que quedaba entera y poner en práctica mis dotes circenses saltando de toldo en toldo. Una cosa que descubrí en mi viaje es que ¡Venecia está lleno de interruptores! Otro interruptor más en la zona recién alcanzada y por fin se abre la puerta que da acceso al canal. Con la llave que había obtenido antes abrí la puerta de la lancha pero cuando me disponía a subir en ella otro esbirro de Bartoli, armado hasta los dientes, decidió eliminarme por lo que tuve que enseñarle buenos modales, lección que me agradeció regalándome un par de pistolas automáticas que resultaron bastante útiles de aquí en adelante a la hora de dialogar con gente de su calaña.

Volví al bote y me dirigí hacia la oscuridad del canal recién abierto |
Volví al bote y me dirigí hacia la oscuridad del canal recién abierto donde, aparte de un montón de ratas insólitamente agresivas y otro par de estatuillas dragón, no encontré gran cosa. La primera de las estatuillas —de piedra— estaba situada en un oscuro pasillo en el lateral derecho, al principio del canal. La otra, que era de oro, la encontré en el fondo del canal, buceando en la zona tras la cascada. Finalmente, en una gran estancia con columnas, accedí a un pequeño embarcadero de madera junto a un edificio en el que me colé mediante mi recientemente adquirida pasión por romper ventanas a tiros, cosa que no le hizo gracia al tipo que esperaba dentro, ¡descanse en paz el pobre infeliz! Un interruptor en el interior accionaba la esclusa que elevó mi lancha de nuevo hasta la salida y una nueva palanca, que hallé sumergida en la mencionada esclusa, me abría la puerta hasta otra zona de canales.
Gire al lado izquierdo y me encontré con unas góndolas que me bloqueaban el paso, así que salí de la lancha y me icé desde el embarcadero hasta un toldo rojo. Desde ahí salté hasta un paso elevado donde tuve que enfrentarme a algunos enemigos más, uno de los cuales portaba una llave que funcionó a la perfección en la única puerta que había en el patio adyacente. Dentro solo hallé un interruptor, el cual pulsé, y al salir despaché a otro tipo que me vino siguiendo. Volví a bajar hasta el canal aunque antes eliminé, desde la seguridad que me daba la distancia, a otro individuo que protegía una segunda lancha más adelante. Subí a la mía y atravesé las góndolas, que se destrozaron a mi paso. Seguía navegando a buena velocidad, pasada la segunda lancha, en línea recta por el canal cuando, por el rabillo del ojo, aprecié unas sombras negras bajo el agua. Tuve el tiempo justo de saltar mientras la lancha volaba en pedazos al impactar con la primera de las minas. ¡Esta vez creí que no lo contaba!
Cerca de donde se encontraba la segunda lancha había una puerta para la que no tenía la llave y, al no encontrar otra salida, subí a la lancha y volví por donde había venido. Por el camino liquidé a otro tipo que me esperaba oculto tras una esquina a mano izquierda. Más adelante destrocé otro par de góndolas. Al saltar al embarcadero que había a continuación se abrió una puerta y otro aficionado al béisbol salió a recibirme. Su única compañía eran las ratas y un interruptor que habría una puerta en otro lugar. Hacia allí me dirigí y la puerta se cerró sola detrás de mí. En un pequeño charco encontré una llave y después ascendí por la escalera y liquidé a perro y amo que me esperaban arriba. Un interruptor abrió la salida por la que me lancé al agua acabando con otro más que me esperaba abajo. Con la llave abrí la puerta situada en el lugar en que obtuve la segunda lancha, donde se escondía un nuevo interruptor y un sujeto con cara de pocos amigos que también maté en defensa propia. Empezaba a estar un poco perdida y no sabía adonde dirigirme pero, tras dar varias vueltas por los canales, llegué finalmente a un lugar con una rampa y otro hombre armado hasta los dientes. Pulsé el interruptor que allí había y salté a la lancha de nuevo.

Saltando la enorme rampa, camino del escondite de Bartoli |
Un reloj empezó a sonar y yo, alarmada, puse la directa saltando la rampa para seguir por una segunda rampa aún mayor, atravesar los cristales de una galería —al hacerlo vi a mi derecha un dragón de jade que no tuve tiempo de recoger— y finalmente conseguí pilotar la lancha por un estrecho callejón hasta girar a la derecha y enfilar la entrada del escondite de Bartoli, donde previamente —y prácticamente sin querer— había hecho volar con la otra lancha las minas que la protegían. La secuencia de apertura debía estar temporizada ya que, a los pocos segundos de entrar, la puerta se cerró sola de nuevo, dejándome sin posibilidad de retroceder. De haber podido, habría recogido ese dragón de jade, al que seguro tenía acceso desde el embarcadero que había al otro lado de la rampa —donde la puerta se había abierto sola al llegar yo—. Fue una pena no darme cuenta en aquel momento pero no siempre se puede acertar en lo que uno hace. Aún así estaba contenta porque, al menos, seguía viva. Lo que no sabía era por cuanto tiempo, ya que todo se estaba complicando mucho más de lo previsto.